jueves, 9 de julio de 2009

cuentos destacados

CUENTOS DESTACADOS

“Procedemos a hacerle un modesto pero necesario reconocimiento a los mejores seis cuentos fúnebres de una muestra reciente tomada en I Semestre del Ciclo Complementario. Corresponde tal reconocimiento a la publicación de estos cuentos en la revista Cátedra GGM número tres, y a la entrega a sus autores de un ejemplar de la reedición de la número uno...”. (En: Primera Muestra de Trabajos, Junio 15–01).


ORDEN AUTOR TÍTULO
1 Enith Almeida Elquado “Pesadilla eterna”
2 Carlos Guerra Llerena “Mausoleo”.
3 María V. Ramírez Deans “El pasadizo”.
4 Martha Freay Acosta “Mirando la lluvia”.
5 Melissa Conrado Navarro “Historia de hospital”.
6 Alberto Rudas Campbell “Un hombre normal”.

PESADILLA ETERNA
Por: Enith Almeida Elquado (I Semestre)

Con los ojos hinchados y la boca abierta, cansada la nuca y la espalda dolorida, intenté por un instante abrir los ojos, pero ese ruido de las máquinas y el zumbido del viento los hacían cada vez más pesados. De pronto, todo ese ruido se fue alejando y él apareció junto a mí, contemplándome y queriendo decirme algo... como castigándome. Había crecido. Estaba grandísimo, tenía doce años y lucía algo delgado; pero siempre juzgándome con su mirada aterradora. Traté de darle la espalda y huir, pero mientras más corría, más sentía su llanto. Entré en una habitación y al cerrar la puerta él estaba frente a un espejo llorando. Percibí ese olor nauseabundo en mi ropa. Era una habitación fría y con mucha luz. De un momento a otro tomó mi mano y me preguntó ¿por qué? Yo, sin dudarlo, rocé su mejilla y le sonreí. No sabía qué contestarle. No sabía cómo explicarle que nunca tuvo cabida en mi vida.
Había a nuestro alrededor tres personas. Jamás pude ver sus rostros, pero nos estaban haciendo daño. Traté de despertar y no pude; quise gritar, pero ellos sabían cómo hacerme callar. Entonces, como una gran cobarde que no es capaz de enfrentar la realidad, me dejé vencer, quedándome como único consuelo que él siguiera a mi lado. Pero se alejó sin decir palabra y yo desperté en una pequeña habitación y con muchas personas rodeándome. Traté de recordar cuál era ese lugar y quiénes eran las personas, y por qué ese olor a flores de muerto.
Mas hoy sólo pienso que quizá, si hubiera luchado, si no me hubiese despertado, él estaría vivo. Habría nacido. `

MAUSOLEO
Por: Carlos Guerra Llerena (I Semestre)

Era de noche mientras abría su ataúd. La vi tendida, casi muerta; sin embargo, eran sus ojos los que me decían que aún estaba viva. Era como un presentimiento. Aún continuaban sobre el tocador del espejo de la media luna, esas cremas que toda su vida usó para considerarse viva. Todas las noches se levantaba y arreglaba, volviendo a acostarse en su cama, en su ataúd. ¿Estaba muerta realmente o fue una forma de alejarse del mundo exterior? ¿Cómo explicarlo? No sé. ¿Por qué el tocador? ¿Y ese olor a sangre por toda la habitación?
Sólo quería quedarme junto a ella, en su mausoleo, en ese sitio que parecía precisamente de muertos. Pero no podía. Me aterrorizaba que pudiera levantarse, acercarse a su tocador y marcharse no sé a dónde. Entonces me alejé.
Ahora, lejos de su tumba, comprendo que esa madre que toda su vida cuidó de mí, a estas horas es a su vez cuidada por alguien. Aunque, no sé, ella nunca salió a la luz del día por miedo a esos tres personajes que siempre nos rondaron. Pero el hecho de tener una madre así, no es para avergonzarse. Por eso, ya entiendo que en realidad no estaba muerta. Simplemente no quería que yo supiera lo que sin embargo siempre supe. `

EL PASADIZO
Por: María Victoria Ramírez Deans (I Semestre)

El lugar estaba completamente oscuro. Lo pensé mil veces para pasar por ese pasadizo lúgubre y solitario. Tenía miedo. Sólo quería llegar a mi casa lo más rápido posible. A lo lejos, un gato persigue a un animal pequeño y escurridizo que lucha por no caer en las garras de su depredador. La noche es silenciosa. En el cielo las estrellas parpadean y la luna se ha vuelto hermosa. Escucho a la madre del médico vecino peleando con su hijo para que se deje afeitar; que sólo le falta rasurarle la mejilla izquierda. Todos los días es exactamente lo mismo. El discutir de los dos. Él diciéndole a ella que ya tiene suficiente edad para afeitarse solo. Este pasadizo es el más largo del barrio, pero sus casas me son conocidas. Ya estoy llegando a mi destino. Pasa en frente mío el gato con su presa entre los dientes, y emite un sonido como diciendo que es el más poderoso de los felinos. ¡Uff! Qué noche. Sólo faltan dos cuadras y estoy en casa. No veo a mis amigas; deben estar estudiando como niñas juiciosas, o viceversa, haciendo de las suyas. En fin... sí, ya la veo, ahí está el sitio más hermoso de la tierra, donde puedo estirar mis huesos, descansar entre mis almohadas, leer mis libros favoritos y comerme una naranja jugosa. Ya la siento en mi paladar. Y luego, más tarde, sentarme frente al espejo y crear una nueva persona con la imagen reflejada en él, para contarle los secretos que no puedo contarle a mi mejor amiga, mi madre. `

MIRANDO LA LLUVIA
Por: Martha Freay Acosta (I Semestre)

Contemplando la lluvia, en el cuarto del olvido está un médico apagado, triste, meditabundo, pensando soluciones acerca de cómo salvar a una paciente crítica que está en la habitación de un hospital sin poder dormir, comer, y casi sin respirar bien. Ya era como un vegetal, pese a sus limitaciones. Pero lo que él no sabía, era que soñaba mientras todos los especialistas buscaban formas de salvarla. Ella seguía allí. Soñaba que en la pared donde acostumbraba escribir grafitis, se veía reflejada por un espejo que le permitía ver lo que sucedía afuera y la transportaba a la realidad de su mundo exterior. Vio entre estos sueños la sala de su casa, en donde su madre, sentada en un sillón, acariciaba el gato que había perforado sus piernas con rabia de animal salvaje; pero a la vez sentía olores a flores frescas en el centro de la mesa preparada para ella por el hombre de sus sueños, ese mismo que un día confundió con su hermano gemelo. Sólo le bastó mirarlo a los ojos para darse cuenta que aquel no era el joven amado. De pronto arreció la lluvia y salieron olores fétidos; sentía que se mojaba y su cuerpo se deshacía como azúcar en agua; que empezaba a irse, a caminar en una dimensión desconocida en donde se veía subiendo una escalera que no tenía fin; se sentía vieja, arrugada, amargada, pero siempre llevaba en su mano el amuleto que el carpintero le hubiera dado el día que cumplió sus quince primaveras, y recordando con gratitud y alegría, la naranja que el mismo carpintero le bajó del árbol que un día cierto niño sembró. Y al llegar al último escalón, fue cuando abrió los ojos y pudo ver la luz. `

HISTORIA DE HOSPITAL
Por: Melissa Conrado Navarro (I Semestre)

Era una tarde cualquiera, tarde de primavera, donde el olor de las flores brota por la ventana que da hacia el jardín. Me encontraba sola y desesperada por ese olor que no me dejaba en paz. No podía gritar, ni hablar, porque estaba estática en esa habitación de hospital intentando pedir auxilio. Pero los doctores y las enfermeras no venían. En la habitación contigua había una mujer que padecía de cáncer y también estaba dando gritos de desesperación. Llegó un momento en que todo quedó en silencio. Yo sólo veía a las enfermeras y a los doctores, y hasta al del aseo, pasear por todos lados, de aquí para allá y de allá para acá; corrían, parecían intranquilos, decepcionados, en fin, no podría descifrarlos a todos. Yo me quedé dormida y el dolor desapareció, pero algo muy raro pasó en mi sueño. Encontré a un hombre de barba y mirada caída, como queriendo gritar y desahogarse. Le dije, disculpe señor, le noto una mirada triste, y él respondió, no tengo nada. Resentida por su respuesta, seguí preguntando: mi señor, insisto, ¿qué le pasa? Puede usted confiar en mí. Siento que tengo un don para hacerle bien a las personas. Y éste accedió. Me contó que desde hacía varios días soñaba con una mujer a la cual le había dicho que tenía ojos de pájaro azul. Y siguió diciéndome que desde que tuvo ese sueño no ha podido olvidar el rostro de ella, y que si algún día la encontrara en la vida real, la haría su esposa. Le dije que cambiara de semblante, porque si la encontraba, no podría reconocerla; su mirada caída no se lo permitiría. Él sonrió y prosiguió.
Entonces oí una voz en mi habitación. Desperté y me di cuenta que todo era un sueño. La enfermera que ingresó estaba triste. Luego vino el doctor a revisarme, y hablaron entre sí creyendo que no les podía entender. Les escuché decir, qué mujer tan bella pero ya se le acabó la vida; acabó de morir. Me asusté mucho, porque mi estado también era grave y a lo mejor me tocaría el turno. Pero no me preocupé mucho porque una luz me iluminó. Era el doctor José, que estaba en mi habitación; que hacía días lo había escuchado contar que él había tenido una situación como la mía y que gracias a Dios había salido adelante. Además, decía que él soñaba mucho con el día en que muriera, y que vería a su hermano gemelo muerto de lo mismo, pero por falta de atención. Esto me alegró, pero a la vez me asustó. Por ello dije: “Que muera el gemelo del doctor, pero que nunca muera yo”. `

UN HOMBRE NORMAL
Por: Alberto Rudas Campbell (I Semestre)

Recordé que estaba atado y no podía moverme. Me tenían atrapado, con los ojos vendados y el corazón descubierto parcialmente. Sentí algo en mi cuerpo que quería brotar, algo que no me dejaba quedar quieto; no sé qué era lo que me pasaba, pero lo que me recorría por dentro me llegaba a la cabeza y amagaba salirme por los ojos, aunque éstos estaban tapados; pasó a mis oídos y tampoco pudo salir. No podía oír ni ver nada. Un aroma a arsénico y formaldehído se metió por mi nariz y recorrió mi cuerpo, como buscando el origen de mi inquietud. De un momento a otro se fueron los olores y entonces mis piernas sintieron algo. Eran flores que crecían con rapidez, específicamente rosas, porque sentí un piquete agudo en mis piernas. Después mi mente voló y logré observar a una mujer. Le informé que estaba atrapado. Me respondió que ella también lo estaba. Más tarde escuché a otra mujer acercase. Digo que era mujer porque pude sentir cómo el piso se estremecía con sus pisadas de tacón. Se detuvo y conversó con la otra, aunque no sé de qué. Al rato, entre las dos, me agarraron, alzaron, y como si fuera un objeto, a través de un espejo me enviaron. Afortunadamente, casi enseguida, y antes de atravesarlo por completo, desperté. `


silvia nathalia plazas baron 11-02..

2 comentarios:

  1. me parece k la tematica rrealizada en este blog sobre español esta mui bien realizado exelente trabajo

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  2. todoz
    trabajamoz
    en equipo
    para tener un excelente
    blog...................

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